Cambio y civilización: de la
coacción a las autocoacciones
Norbert Elias: El proceso de la civilización F.C.E. Madrid, 1989. 581 páginas.
La ambición de Elias consiste en querer
abarcar con una amplia mirada sociológica los procesos tanto sociales como
psíquicos que han moldeado la civilización europea occidental. Precisamente,
uno de los defectos más importantes de la teoría sociológica es, según el
autor, no tener en cuenta el largo plazo en el análisis de los procesos
sociales. Elias critica con dureza las teorías del cambio social evolucionistas
y sistémicas porque considera que en unos casos los estadios evolutivos no
reflejan realmente las transformaciones del comportamiento humano vinculadas a
los cambios de la estructura social y en otros, no son capaces de trascender el
estatismo de los equilibrios (1) y, por tanto, ignoran el
dinamismo de las sociedades y su capacidad interna para transformarse y
adaptarse.
Un concepto de cambio social que no distinga
claramente entre cambios que se refieren a la estructura de una sociedad y
cambios que no afectan a tal estructura y que tampoco distinga entre cambios
estructurales sin una dirección determinada y cambios estructurales que a lo
largo de muchas generaciones mantienen una dirección determinada, ya sea la
del aumento o la disminución de la complejidad, es un instrumento muy
insatisfactorio de la investigación sociológica. (pág. 12)
Elias se opone, igualmente, a los intentos de
Parsons por elaborar un modelo teórico que distinga las estructuras de la
personalidad de las estructuras sociales. La apuesta metodológica de Elias
consiste en quebrar la acepción inmutable de los conceptos de individuo y
sociedad, desarrollando estas nociones sobre una base empírica que los vincule
como procesos.
Precisamente, las investigaciones
sociogenéticas y psicogenéticas están fundamentadas por un amplio corpus de
textos históricos destinados a corroborar la imbricación históricamente
existente entre las formas cambiantes del comportamiento humano y las
transformaciones de la sociedad. A mi juicio Elias otorga un valor empírico
exagerado a estas fuentes, con las que pretende reconstruir una historia
psicologista del hombre occidental, sesgada por una especie de individualismo
metodológico que le lleva a ignorar la importancia de los conflictos sociales
clasistas y su influencia en los cambios estructurales:
En todos los casos lo que vemos son los
resultados de las acciones de individuos aislados y lo que se nos presenta son
sus debilidades y dotes personales. No hay duda de que este método es
fructífero y es imprescindible considerar la historia bajo esta dimensión,
como un mosaico de acciones singulares de individuos aislados. (pág. 257)
Nuestro primer paso para intentar comprender lo
que significa el proceso de la civilización en la extensa obra de Elias será
definir los rasgos esenciales de esta teoría. El autor alemán considera
inútil cualquier intento de unilateralidad evolutiva en la concepción del
proceso civilizatorio; éste tiene un carácter de "polifonía" (pág.
316), entendiendo por tal el distinto ritmo que adoptan los cambios en unas
clases y en otras, la lentitud o la rapidez de estos cambios en las diferentes
sociedades. La expresión gráfica de estos cambios está dada en las
"curvas civilizatorias", donde se puede apreciar cómo se va
desplazando "a la trastienda de la sociedad" lo desagradable, todo
aquello que produce un sentimiento de vergüenza y pudor. El "proceso de la
civilización" debe entenderse como la relación íntima que existe entre
"constitución sociogénetica y psicogenética". Siempre que nos
encontremos con un cambio en la "estructura de las funciones sociales"
se producirá un cambio en el comportamiento de los individuos. De manera
similar a como la ontogénesis recapitula la filogénesis, al decir de los
biólogos,
en cada individuo se produce de nuevo en forma
resumida un proceso histórico-social de siglos en cuyo curso va
adelantándose lentamente la pauta que marca los sentimientos de vergüenza y
desagrado. Si hubiéramos de considerar que los procesos recurrentes son
leyes, podríamos hablar de una constitución sociogenética y psicogenética,
paralelas a la constitución biogenética. (pág. 170)
No es posible entender la psicogénesis de los
hábitos de los adultos en la sociedad civilizada, si se considera
independientemente de la sociogénesis de nuestra civilización. Según una
especie de ley fundamental de la sociogénesis, durante su vida, el individuo
vuelve a recorrer los procesos que ha recorrido su sociedad a lo largo de la
suya. (pág. 49)
Estas afirmaciones avalan su interés por
vincular el proceso histórico de racionalización (en el sentido weberiano) a
una "psicología socio-histórica". Desde esta perspectiva se entiende
su preocupación por estudiar detenidamente el proceso constitutivo de las
"coacciones" y su paulatina interiorización en los individuos como
"autocoacciones", al mismo tiempo que se produce la centralización de
las funciones políticas y económicas y aparece un ámbito de lo público,
claramente independiente de los intereses privados, regido por el monopolio
estatal de la violencia física y el control fiscal.
Elias considera que la centralización del poder
es clave para entender el proceso civilizatorio. Se ocupará por tanto de
discernir las distintas etapas que conducen al monopolio de dominación por
parte de la clase social ascendente (la burguesía) y, sobre todo, analizará la
"génesis social del absolutismo" como proceso inteligible en la fase
de constitución del "mecanismo de monopolio" y de la creación del
Estado moderno. Es importante comprender que estos movimientos centralizadores
comienzan a fraguarse en el "proceso de feudalización" y en la etapa
cortesana del Renacimiento. Cabe reprocharle que a lo largo de toda su obra se
centre sobre la clase social dominante y no tenga en cuenta a las clases
dominadas, a las que considera únicamente como receptoras pasivas de la
"pauta social" que va marcando aquella.
La "Teoría de la Civilización"
y los comportamientos sociales
Nos fijaremos ahora en la evolución de las
formas de comportamiento del hombre occidental, pues son ellas las que pueden
servir como barómetro de los cambios a nivel macrosocial. Los modales
medievales de la nobleza se condensan en el concepto de cortesía o modo de
comportarse en la Corte Estos patrones son transmitidos desde la clase alta a
toda la sociedad. En el Renacimiento, el comportamiento se transforma
paralelamente a la declinación de la nobleza feudal; el concepto de cortesía
es sustituido por el de civilidad (civilité), distintivo de la nueva clase
"cortesano-absolutista" que hace gala de una racionalidad emergente.
Elias estudia estas evoluciones en los escritos educativos de Erasmo, al que
considera un intelectual humanista distanciado de las clases y opiniones
dominantes (2).
Elias se apresta a caracterizar las formas de
comportamiento de esta clase cortesana desde una doble vertiente: como necesidad
de imponerse una coacción intensa y una renuncia en sus relaciones internas, y
como medio de diferenciación frente a las clases inferiores. Cree nuestro autor
que el comportamiento de las clases inferiores está menos regulado que el de
las superiores y que esta regulación aumenta sólo en la medida en que
adquieren importancia sus funciones en la división social del trabajo. Viene a
distinguir, en consecuencia, dos fases en la difusión de las formas de
comportamiento desde las clases altas a las clases inferiores en auge (págs.
514-517). A la primera fase la llama "de colonización o asimilación"
de los comportamientos de la clase alta por la baja, y viene expresada por un
doble movimiento de influencia de arriba-abajo e igualación de abajo-arriba. Al
tratar de imitar los modelos del grupo social superior, las clases en ascenso
sufren deformaciones en su conciencia y en sus actitudes porque reproducen los
esquemas ideológicos de la clase dominante y colonizadora. Esta etapa coincide
con la época cortesana de la burguesía en ascenso. Es en la segunda fase,
llamada "de rechazo, de diferenciación o emancipación", donde el
grupo ascendente aumenta su "fuerza social" y su autoconciencia,
desactivando el influjo de la clase alta. Durante esta fase la burguesía va
imponiendo sus códigos de conducta, desplazando el ocio aristocrático por el
trabajo, la "naturaleza" por la etiqueta, sustituyendo los buenos
modales por el conocimiento científico y la "frivolidad" por la
"virtud". Pero siempre teniendo en cuenta que la regulación del
comportamiento en la clase alta no sólo es un instrumento de prestigio,
también es un medio de dominación (pág. 516). Dominación que la sociedad
occidental, como "clase superior" impone a los pueblos dominados y
colonizados (3).
Un ejemplo de estos cambios de comportamiento lo
obtenemos de las "transformaciones de la agresividad" que se producen
durante los últimos siglos. No olvidar que tratamos siempre de los cambios a
largo plazo. En la Edad Media, nos dice Elias, la nobleza secular poseía
"gustos y costumbres de bandolero", el caballero no tenía ningún
temor a la muerte porque vivía con una permanente sensación de inseguridad; en
su "sistema emocional" no se habían desarrollado aún los
sentimientos de previsión y cálculo.
Aquel que en esta sociedad no era capaz de amar
o de odiar con todas sus fuerzas, quien no conseguía participar en el juego
de las pasiones, podía recluirse en un monasterio, porque en la vida secular
estaba tan perdido como aquel que en la sociedad posterior y, especialmente en
la corte, no conseguía dominar sus pasiones, ni ocultar o civilizar sus
afectos. (pág. 239)
El ascenso de la burguesía urbana no hizo más
que aumentar las tensiones sociales; extendiendo las luchas, el robo y los
pillajes a un espectro más amplio de la sociedad, entre aquellas familias que
habían alcanzado una cierta prosperidad económica. Sólo cuando se produce el
cambio civilizatorio en la dirección de un mayor control social por parte de
los monopolios de dominación, la sociedad es capaz de refinar y racionalizar
sus emociones, orientando su agresividad hacia la competencia deportiva o hacia
la contemplación pasiva de la violencia (pág. 240). Para llegar a esta
situación era necesario que se desarrollaran las "motivaciones
sociales" y determinaran la orientación del "comportamiento
correcto". Ya hemos indicado cómo las clases dominantes marcan la pauta en
la creación y difusión de modelos de comportamiento. A Elias no le falta
razón cuando dice que la motivación por razones sociales precede a la
motivación fundada en los conocimientos científico-naturales (pág. 199).
?Cómo se puede comprender el proceso
civilizatorio? Es conveniente que respondamos a esta pregunta antes de seguir
adelante. Resulta que Elias concibe el proceso de la civilización al margen de
toda intencionalidad de los individuos o grupos. En la acción social no existen
fundamentos racionales ni irracionales (y contradice con ello a Max Weber), sino
mecanismos "ciegos" que se imponen a los individuos mediante una
compleja red de interrelaciones e interdependencias. Sólo es posible intervenir
en el campo social si se conocen previamente estas "leyes no
planificadas":
Sólo una vez que se ha observado el grado de
necesidad con el que una determinada estructura social, a causa de las
tensiones internas, acaba por transformarse y por convertirse en otra forma de
entramado, puede llegar a comprenderse cómo se produjeron aquellas
transformaciones de las costumbres humanas, aquellos cambios en la modelación
de los aparatos psíquicos que se observan siempre en la historia de la
humanidad, desde los tiempos más primitivos hasta los actuales. Y solamente
entonces puede comprenderse también que, en la base del cambio de las
costumbres psíquicas en el sentido de una civilización, hay una dirección y
un orden determinados, aunque no hayan sido planificados por seres humanos
aislados y establecidos por medio de medidas racionales, esto es,
intencionales. (pág. 451)
No quiere decir con ello que se niegue la
capacidad de acción racional de los individuos, sino que el orden que se deriva
de las interdependencias de todas las acciones y planes individuales es de
índole superior y se impone coactivamente a los seres humanos inmersos en esas
relaciones. Este planteamiento de Elias nos conduce a un círculo vicioso del
que es difícil salir: a efectos metodológicos podemos recurrir a las acciones
individuales para estudiar la estructura social; pero, epistemológicamente, la
intencionalidad de los actores no tiene ningún valor si no la subsumimos en el
orden superior e impositivo de las "cadenas de interdependencias".
Vislumbramos en esta tentativa teórica un esfuerzo por trascender
eclécticamente las teorías weberiana y durkheimiana. Un ambicioso proyecto que
pretende ampararse en la mismísima refundación de la sociología como ciencia.
Los seres humanos son "personalidades
abiertas", pluralidades que no gozan de una autonomía absoluta, sino que
siempre han de estar insertos en relaciones de interdependencia (pág. 44).
Estas interacciones aumentan con la diferenciación de la estructura social y de
la "estructura espiritual" que forman los impulsos y las pautas de
comportamiento. Pues bien, a medida que avanzamos por el intrincado camino de la
civilización se va definiendo un aparato de coacción que no solamente regula
las relaciones entre los individuos sino que se instala en la conciencia de
estos en forma de "autocoacción": es el "super-yo", que
aparece como el código social del comportamiento inscrito en la propia
individualidad. Al comienzo, durante la fase de "acortesanamiento de los
guerreros", las coacciones de la estructura social actúan de un modo
incompleto. Es la "diferenciación del entramado social" la que
facilita la escisión del yo entre comportamientos públicos y privados y
alienta el desarrollo del "aparato sociogenético de autocontrol
psíquico" (otra de las denominaciones del super-yo, según Elias).
El sociólogo alemán ilustra con multitud de
ejemplos el paso de la coacción física (externa) a la autocoacción psíquica
(interna). Dice que el proceso de civilización reduce las coacciones que son
producto de la fuerza y la violencia y que la vida afectiva se regula cada vez
más mediante la autoeducación, el autocontrol y la autocoacción (pág. 225).
A medida que se intensifica esta autocoacción, el control de las emociones y
los comportamientos se automatiza.
Las coacciones no sólo se refieren al ámbito
del comportamiento y de las pautas culturales; también existen las
"coacciones económicas" que obligan a una actitud previsora y
reflexiva. La difusión de la previsión y de la autocoacción sigue las mismas
pautas de difusión social que antes analizamos para los comportamientos.
Comienzan adaptándolas las cúspides de la clase alta y después se extiende a
las demás clases de la sociedad. Aquí Elias se refiere a las "clases
trabajadoras inferiores" como incapaces de adoptar las previsiones a largo
plazo y muy proclives a responder con "descargas afectivas a corto
plazo" en forma de sublevaciones y agitaciones (pág. 464).
Un aspecto original de la teoría de Elias es el
"miedo sociogenético" que se produce como manifestación de la
autocoacción en forma de sentimientos de vergüenza y pudor. El miedo a perder
el prestigio social será, entre las clases distinguidas, un motor poderoso para
el desarrollo de la autocoacción. Lo mismo podríamos decir respecto a la
exhibición del cuerpo desnudo y las necesidades fisiológicas o las actitudes
mojigatas hacia las relaciones sexuales. Los adultos expresan su pudor mediante
"represiones y limitaciones sociogenéticas del lenguaje" que se
manifiestan de un modo claro en la reproducción de la pauta social en el seno
de la familia nuclear (pág. 226).
La centralización del poder,
clave del "proceso de civilización"
Hasta ahora hemos examinado los factores
propiamente microsociales de la teoría de la civilización de Elias. Haremos
referencia a partir de aquí a los aspectos estructurales y, particularmente a
la constitución del monopolio y a la "génesis del Estado" como
elementos centrales para la comprensión del proceso civilizatorio. Es
importante consignar que los estudios empíricos del autor se refieren
mayoritariamente a la sociedad francesa y su evolución hasta constituirse como
Estado-nacional centralizado.
Tomando como punto de partida la importante
precisión de Elias de que no existe un grado cero de la historicidad y de la
sociabilidad debemos distinguir dos fases en el "proceso de
feudalización". La primera está caracterizada por una desintegración
extrema de la estructura social y llega hasta el siglo XI, donde apunta ya una
segunda fase, la de la integración, en la que adquiere importancia la
comercialización progresiva y el aumento de la "fuerza social" de los
grandes señores feudales. La "génesis social del feudalismo" se
produce cuando ya no queda tierra por repartir entre los caballeros,
limitándose con ello las oportunidades de ascenso y la expansión de la
sociedad. Es con la disolución del sistema tribal y el consiguiente
establecimiento de vínculos personales que se crea una nueva red de
dependencias. La organización medieval es una pugna constante entre fuerzas
centralizadoras y descentralizadoras. Al principio, la dominación está en
manos de sociedades guerreras de "economía natural", fuertemente
vinculadas a la expansión territorial o a la pérdida de territorios, según el
caso. La red de relaciones humanas es débil. Pero con el aumento demográfico
los procesos sociales se aceleran; se produce una expansión interna de la
sociedad que va a dar lugar a nuevos órganos e instrumentos y a una división
del trabajo. Esta expansión la podríamos sintetizar en cuatro puntos:
1] los asentamientos artesanos favorecen la
aparición de las primeras ciudades medievales;
2] dentro de estos asentamientos urbanos tienen
lugar las primeras luchas de trabajadores libres y burgueses contra los
estamentos dominantes, de donde surge el tercer estado libre;
3] al intensificarse la división del trabajo y
el intercambio comercial aparece una "economía monetaria"; y
4] se desarrollan los medios de transporte
terrestre con lo que se crean nuevos asentamientos en el interior siguiendo
estas nuevas vías de comunicación.
Como consecuencia de estas transformaciones, la
dominación política de la nobleza y de los grandes señores feudales ha de
repartirse con los elementos burgueses urbanos en ascenso. Asistimos al impulso
de la "sociedad cortesana" y al debilitamiento de la sociedad
estamental en favor de una integración de carácter nacional. Durante el
Renacimiento tiene lugar una notable transformación social: la nobleza cede
posiciones ante el empuje de la nueva clase cortesano-absolutista, y las
relaciones sociales se hacen más fluidas y heterogéneas.
Es así como se constituye el Estado absoluto,
presidido por el poder de un sólo individuo que debe mantener un exquisito
equilibrio de fuerzas entre las pretensiones de la nobleza cortesana por
conservar su posición y el empuje de la burguesía por hacerse con el control
de la Corte. Precisamente, el monarca absoluto logra mantenerse en su puesto
gracias a esta tirantez entre las clases altas competidoras. La burguesía no es
aún una clase capitalista sino un estamento que aspira a consolidar su modo de
vida aristocrático en el círculo de la Corte. La sociedad cortesana y sus
formas de comportamiento quedarán relegadas a medida que se fortalezca la
posición de la burguesía, basada no ya en el prestigio aristocrático, sino en
la superioridad de la profesión y el dinero:
En el siglo XIX, con el ascenso de las clases
burguesas profesionales a la condición de clase dominante, todo esto
desaparece del núcleo de las tendencias de la modelación social. Los
terrenos principales de influencia de las coacciones sociales que modelan al
individuo pasan a ser la acumulación de dinero y la profesión, mientras que
la mayor parte de lo que en la sociedad cortesana era fundamental para la
existencia, y por lo tanto se modelaba con particular atención, entra ahora
en una esfera que sólo medianamente y en segundo lugar es determinante de la
posición social de las personas. (pág. 510-511)
Es hora de pasar a considerar el importante
papel que realiza el "mecanismo del monopolio" en la "génesis
social del Estado". Para Elias, las claves de la existencia de un Estado
son la constitución del monopolio fiscal y el monopolio de la violencia en el
marco de un territorio (págs. 345 y ss.)
La importancia sociológica del mecanismo
monopolista reside en su transformación sociogenética desde un "sistema
de oportunidades abierto" (monopolios privados) a un sistema cerrado
(monopolio público o centralizado). El monopolio centralizado hace dependientes
las funciones sociales, cambiando los hábitos sociogénicos y las actitudes
sociales de las personas (pág. 347). Esta tendencia de los monopolios a
convertirse en públicos o estatales es, para Elias, una "función de la
interdependencia social" y, por tanto, constituye un avance en el proceso
de civilización (pág. 351). Se llega a ellos cuando los monopolistas pierden
el control sobre "el poder de disposición de las oportunidades
acumuladas" y deben transferirlas a grupos dependientes que lo convierten
en el monopolio de una clase social o un órgano del Estado. Esta
"socialización del monopolio de dominación" se refleja de manera muy
expresiva en los Presupuestos Generales del Estado. Gracias al monopolio fiscal,
los "entramados financieros" alcanzan una relevancia inusitada en las
relaciones sociales.
Sin embargo, la constitución del monopolio
social supone "luchas de exclusión o competencia" entre individuos y
grupos. Elias distingue dos grandes fases, durante las cuales la constitución
del monopolio pasa de una competencia libre a una competencia condicionada
(pág. 352). Durante la primera fase se constituye el monopolio en el ámbito de
una competencia libre de la que se van eliminando competidores. Estas luchas se
dan en el marco del reino feudal y aquí las familias guerreras pugnan por la
posesión de tierras y la expansión de sus señoríos. En la "lucha de
competencia libre" se rivaliza por las oportunidades aún no sometidas a
ningún monopolio organizado; la existencia social de los competidores se pone
en juego, unos ganan y otros pierden; estas luchas dan lugar a un nuevo orden
social, donde se imponen, según Elias, "las luchas de competencia
reguladas monopólicamente" (pág. 385). Los individuos implicados en estos
lances no son conscientes del entramado social que están creando, de las
relaciones dinámicas y de la génesis social que están impulsando:
Del entramado de muchos intereses, planes y
acciones individuales surgió una dirección de desarrollo, unas leyes del
conjunto de los individuos implicados en la trama general, que ninguno de
ellos había pretendido en un principio, y una construcción que ninguno
había planificado en realidad: un Estado, Francia. (pág. 392).
Así pues, en la segunda fase, las oportunidades
centralizadas y monopolizadas pasan a individuos interdependientes que
convierten el monopolio en una "disposición de clase sobre las
oportunidades monopolizadas organizadas centralizadamente mediante una
institución de control, de acuerdo con los procesos de la división del
trabajo". Cuando la burguesía se apropia de los monopolios de dominación
ya no pretende el reparto de estos entre los de su clase sino que redistribuye
sus cargas y beneficios a toda la sociedad; la lucha se orienta entonces hacia
la esfera de la distribución (pág. 353). Aquí entra en juego la importancia
del monopolio político y su función en la interdependencia entre el desarrollo
del intercambio y la circulación monetaria (pág. 394). Se constituyen en
Occidente órganos centrales y especializados destinados a regular las funciones
del "entramado social" de los seres humanos y a dirigir la fuerza
social que lleva aparejada la función de dominación (pág. 395).
Educación y control social
Al constituirse estos monopolios y órganos
sociales centralizados y estabilizados, el autocontrol del individuo se hace
más estable desde su infancia. La socialización del niño y la niña consiste,
desde los albores del Renacimiento, en hacer que interiorice en su estructura de
la personalidad los "autocontroles civilizatorios", que funcionan de
manera automática y que son experimentados individualmente por el sujeto como
una barrera infranqueable entre su propio yo y la sociedad (pág. 41). Los
manuales de civilidad que se prodigan en la época de Erasmo y posteriormente
reflejan con certeza esta interiorización de las coacciones sociales. Estos
textos estaban destinados inicialmente a las clases altas y a la educación de
sus infantes. En ellos se distinguían los buenos modales de los comportamientos
aldeanos y campesinos, pero con el tiempo los valores morales que predicaban
impregnarán todo el universo social. Poco a poco las pautas emotivas de los
adultos se irán distanciando de las de los niños. Con el refinamiento de los
métodos educativos durante la consolidación del poder de las clases medias
burguesas, a las criaturas se las condiciona por razones morales e higiénicas.
La actitud frente a las necesidades naturales, la sexualidad, los
comportamientos en la mesa o en el dormitorio; en fin, todas aquellas
actividades humanas que caen bajo la admonición moral de los adultos, irán
siendo modeladas en la personalidad infantil como actitudes sujetas a la
"economía afectiva", al control de los impulsos y al cultivo de los
buenos modales.
Todas estas reglas de civilidad que Elias
analiza en su obra no son otra cosa que la expresión de un control social
creciente por parte de las "fuerzas sociales" que rigen el proceso
civilizatorio. Este control social coincide con lo que el sociólogo alemán
llama el "autodominio desapasionado" (pág. 458), que alcanza su
perfección cuando "el aparato de control y de vigilancia en la sociedad se
corresponde con el aparato de control que se constituye en el espíritu del
individuo" (pág. 457). Para Foucault este aparato de control no es
anónimo, se materializa en las "instituciones disciplinarias" y los
dispositivos con los que el poder controla a sus súbditos.
La ambición teórica de Norbert
Elias
En mi opinión, el logro más destacado de Elias
consiste en haber intentado comprender la naturaleza de los cambios sociales
desde una posición comprehensiva, procurando relacionar la estructura psíquica
de los individuos con las estructuras sociales y con los cambios morfológicos
generales de la sociedad. Sin embargo cabe achacar a este sociólogo un abuso en
las abstracciones y conceptos que utiliza. Y ello se debe a que sus pretensiones
formalistas le llevan a ignorar el peso de la voluntad humana en la evolución
de la sociedad. Cuando dice que el proceso civilizatorio no ha sido planificado
en una dirección racional está ocultando que en mayor o menor medida, los
individuos y los grupos sociales se movilizan en muchas ocasiones motivados por
determinados intereses materiales y políticos. Y estas acciones consiguen,
algunas veces, introducir cambios conscientes en la sociedad _como ocurrió, por
ejemplo con la Revolución de 1789. Elias dice que el proceso civilizatorio no
se puede considerar como una simple superestructura o ideología, y al hacer
esta afirmación está orientando sus reflexiones en una cierta dirección: en
aquella que Marx definió como falsa conciencia, al no reconocer que las
circunstancias hacen al hombre en la misma medida en que éste hace a las
circunstancias. Por eso Elias afirma que los movimientos civilizatorios escapan
a la manipulación de intereses y grupos, a toda utilización como armas en las
luchas sociales.
Su concepto de racionalización es mucho más
impreciso que el de Weber. Entre otras cosas porque este último era más
consciente de su compromiso intelectual con la burguesía de su época. Pero
Elias, llevado quizás por sus simpatías hacia Karl Mannheim, pretende adoptar
una posición intelectual por encima de las clases sociales, y por eso niega que
la racionalización sea el invento de una clase. Para nuestro autor la
racionalización debe ser entendida como "una expresión del sentido en que
se transforma la modelación de los seres humanos en ciertas formaciones
sociales" (pág. 497).
Al tratar de integrar las transformaciones
psíquicas en el ámbito de la racionalización contribuye a dinamizar la
teoría psicoanalítica que en la época en que escribió la obra estaba
sometida a un notable aislamiento con respecto a la teoría social.
"Nuestro entramado social no es definitivo
y mucho menos un punto culminante de una civilización, como tampoco lo es
nuestra forma de comportamiento, nuestro nivel de coacciones, mandatos y
miedos" (pág. 531). Esta afirmación de Elias suscita en nosotros el deseo
de examinar con más detenimiento la obra del autor y extraer de ella las
propuestas teóricas que pueden contribuir a un conocimiento más exhaustivo de
nuestra propia sociedad, pero, lamentablemente, hemos de poner fin a nuestro
trabajo.
Notas:
(1) "[En
Parsons] el cambio social... aparece como una manifestación de perturbación
causal, proveniente del exterior, en un sistema social que, por lo general,
está bien equilibrado (...) el concepto de cambio social se remite aquí a una
transición entre dos situaciones normales de inmutabilidad, transición
ocasionada por diversas perturbaciones (...) Correspondientemente con el marco
de referencia estático de las teorías de sistemas dominantes, los cambios
sociales, los procesos sociales y los desarrollos sociales, entre los que se
cuentan, por supuesto, el desarrollo de un Estado o el proceso civilizatorio, se
consideran como algo accidental, como una mera introducción histórica, de cuya
investigación y explicación puede prescindirse a los efectos de la
comprensión del sistema social, de su estructura, de sus conexiones
funcionales, tal y como pueden observarse con una perspectiva a corto plazo,
aquí y ahora." (pág. 17)
(2) Lo que
para Mannheim era la característica ideal de la intelligentsia, como capa
social desprendida de sus vínculos clasistas y, por ello, capaz de totalizar el
pensamiento social.
(3) "La
sociedad occidental _a la que podemos considerar aquí como una especie de clase
superior_ difunde hoy modos de comportamiento occidentales civilizados, por
medio del asentamiento de occidentales, o por medio de la asimilación de las
clases superiores de otros pueblos, en espacios territoriales no occidentales,
al igual que antaño se generalizaban en todo Occidente modelos de
comportamiento impuestos por unas u otras clases superiores o por determinados
centros cortesanos o comerciales" (pág. 468)
El concepto de civilización (civilisation)
acuñado por el pensamiento racionalista e ilustrado francés acaba
impregnándose de prepotencia y sirve como justificación ideológica del
expansionismo y la colonización. Basta echar una ojeada a los escritos de
Gobineau, Renan, Michelet, Condorcet, etc. para darse cuenta de ello. Elias
traza la génesis de los conceptos de "civilización" y
"cultura" amparándose en buena medida en las ideas racionalistas
francesas; dice al respecto: "A diferencia del momento inicial en la
acuñación del concepto, de ahora en adelante, los pueblos creen que el proceso
de civilización dentro de las propias sociedades se ha terminado ya; se
consideran a sí mismos, en lo esencial, como transmisores a otros de una
civilización existente o acabada, como abanderados de la civilización."
(pág. 95) No podemos detenernos en las implicaciones del "carácter
nacional" sobre la civilización y la cultura y su orientación en
detrimento de lo social (pág. 79) Elias se refiere a una "orientación
intelectual naciocéntrica" (pág. 27) para explicar las diferencias entre
el intelectualismo burgués alemán y el francés en los siglos XVI-XVIII y
sugiere un debate entre dos modelos de acceder a la realidad histórico-social:
el alemán, centrado en la cultura (bildung) y el francés, orientado hacia la
política y el poder. A propósito de este último sería interesante consultar
la obra de Tzvetan Todorov, Nous et les autres, la réflexion française sur la
diversité humaine, París, 1989 (ed. castellana, Siglo XXI, México, 1991),
donde se traza una panorámica del pensamiento ideológico francés en torno al
etnocentrismo, el racialismo y el nacionalismo.
16 enero 1997
http://www.arrakis.es/~jomperez/civiliz.htm