Cambio y civilización: de la coacción a las autocoacciones

Norbert Elias: El proceso de la civilización F.C.E. Madrid, 1989. 581 páginas.

 La ambición de Elias consiste en querer abarcar con una amplia mirada sociológica los procesos tanto sociales como psíquicos que han moldeado la civilización europea occidental. Precisamente, uno de los defectos más importantes de la teoría sociológica es, según el autor, no tener en cuenta el largo plazo en el análisis de los procesos sociales. Elias critica con dureza las teorías del cambio social evolucionistas y sistémicas porque considera que en unos casos los estadios evolutivos no reflejan realmente las transformaciones del comportamiento humano vinculadas a los cambios de la estructura social y en otros, no son capaces de trascender el estatismo de los equilibrios (1) y, por tanto, ignoran el dinamismo de las sociedades y su capacidad interna para transformarse y adaptarse.

Un concepto de cambio social que no distinga claramente entre cambios que se refieren a la estructura de una sociedad y cambios que no afectan a tal estructura y que tampoco distinga entre cambios estructurales sin una dirección determinada y cambios estructurales que a lo largo de muchas generaciones mantienen una dirección determinada, ya sea la del aumento o la disminución de la complejidad, es un instrumento muy insatisfactorio de la investigación sociológica. (pág. 12)

Elias se opone, igualmente, a los intentos de Parsons por elaborar un modelo teórico que distinga las estructuras de la personalidad de las estructuras sociales. La apuesta metodológica de Elias consiste en quebrar la acepción inmutable de los conceptos de individuo y sociedad, desarrollando estas nociones sobre una base empírica que los vincule como procesos.

Precisamente, las investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas están fundamentadas por un amplio corpus de textos históricos destinados a corroborar la imbricación históricamente existente entre las formas cambiantes del comportamiento humano y las transformaciones de la sociedad. A mi juicio Elias otorga un valor empírico exagerado a estas fuentes, con las que pretende reconstruir una historia psicologista del hombre occidental, sesgada por una especie de individualismo metodológico que le lleva a ignorar la importancia de los conflictos sociales clasistas y su influencia en los cambios estructurales:

En todos los casos lo que vemos son los resultados de las acciones de individuos aislados y lo que se nos presenta son sus debilidades y dotes personales. No hay duda de que este método es fructífero y es imprescindible considerar la historia bajo esta dimensión, como un mosaico de acciones singulares de individuos aislados. (pág. 257)

Nuestro primer paso para intentar comprender lo que significa el proceso de la civilización en la extensa obra de Elias será definir los rasgos esenciales de esta teoría. El autor alemán considera inútil cualquier intento de unilateralidad evolutiva en la concepción del proceso civilizatorio; éste tiene un carácter de "polifonía" (pág. 316), entendiendo por tal el distinto ritmo que adoptan los cambios en unas clases y en otras, la lentitud o la rapidez de estos cambios en las diferentes sociedades. La expresión gráfica de estos cambios está dada en las "curvas civilizatorias", donde se puede apreciar cómo se va desplazando "a la trastienda de la sociedad" lo desagradable, todo aquello que produce un sentimiento de vergüenza y pudor. El "proceso de la civilización" debe entenderse como la relación íntima que existe entre "constitución sociogénetica y psicogenética". Siempre que nos encontremos con un cambio en la "estructura de las funciones sociales" se producirá un cambio en el comportamiento de los individuos. De manera similar a como la ontogénesis recapitula la filogénesis, al decir de los biólogos,

en cada individuo se produce de nuevo en forma resumida un proceso histórico-social de siglos en cuyo curso va adelantándose lentamente la pauta que marca los sentimientos de vergüenza y desagrado. Si hubiéramos de considerar que los procesos recurrentes son leyes, podríamos hablar de una constitución sociogenética y psicogenética, paralelas a la constitución biogenética. (pág. 170)

No es posible entender la psicogénesis de los hábitos de los adultos en la sociedad civilizada, si se considera independientemente de la sociogénesis de nuestra civilización. Según una especie de ley fundamental de la sociogénesis, durante su vida, el individuo vuelve a recorrer los procesos que ha recorrido su sociedad a lo largo de la suya. (pág. 49)

Estas afirmaciones avalan su interés por vincular el proceso histórico de racionalización (en el sentido weberiano) a una "psicología socio-histórica". Desde esta perspectiva se entiende su preocupación por estudiar detenidamente el proceso constitutivo de las "coacciones" y su paulatina interiorización en los individuos como "autocoacciones", al mismo tiempo que se produce la centralización de las funciones políticas y económicas y aparece un ámbito de lo público, claramente independiente de los intereses privados, regido por el monopolio estatal de la violencia física y el control fiscal.

Elias considera que la centralización del poder es clave para entender el proceso civilizatorio. Se ocupará por tanto de discernir las distintas etapas que conducen al monopolio de dominación por parte de la clase social ascendente (la burguesía) y, sobre todo, analizará la "génesis social del absolutismo" como proceso inteligible en la fase de constitución del "mecanismo de monopolio" y de la creación del Estado moderno. Es importante comprender que estos movimientos centralizadores comienzan a fraguarse en el "proceso de feudalización" y en la etapa cortesana del Renacimiento. Cabe reprocharle que a lo largo de toda su obra se centre sobre la clase social dominante y no tenga en cuenta a las clases dominadas, a las que considera únicamente como receptoras pasivas de la "pauta social" que va marcando aquella.

 La "Teoría de la Civilización" y los comportamientos sociales

Nos fijaremos ahora en la evolución de las formas de comportamiento del hombre occidental, pues son ellas las que pueden servir como barómetro de los cambios a nivel macrosocial. Los modales medievales de la nobleza se condensan en el concepto de cortesía o modo de comportarse en la Corte Estos patrones son transmitidos desde la clase alta a toda la sociedad. En el Renacimiento, el comportamiento se transforma paralelamente a la declinación de la nobleza feudal; el concepto de cortesía es sustituido por el de civilidad (civilité), distintivo de la nueva clase "cortesano-absolutista" que hace gala de una racionalidad emergente. Elias estudia estas evoluciones en los escritos educativos de Erasmo, al que considera un intelectual humanista distanciado de las clases y opiniones dominantes (2).

Elias se apresta a caracterizar las formas de comportamiento de esta clase cortesana desde una doble vertiente: como necesidad de imponerse una coacción intensa y una renuncia en sus relaciones internas, y como medio de diferenciación frente a las clases inferiores. Cree nuestro autor que el comportamiento de las clases inferiores está menos regulado que el de las superiores y que esta regulación aumenta sólo en la medida en que adquieren importancia sus funciones en la división social del trabajo. Viene a distinguir, en consecuencia, dos fases en la difusión de las formas de comportamiento desde las clases altas a las clases inferiores en auge (págs. 514-517). A la primera fase la llama "de colonización o asimilación" de los comportamientos de la clase alta por la baja, y viene expresada por un doble movimiento de influencia de arriba-abajo e igualación de abajo-arriba. Al tratar de imitar los modelos del grupo social superior, las clases en ascenso sufren deformaciones en su conciencia y en sus actitudes porque reproducen los esquemas ideológicos de la clase dominante y colonizadora. Esta etapa coincide con la época cortesana de la burguesía en ascenso. Es en la segunda fase, llamada "de rechazo, de diferenciación o emancipación", donde el grupo ascendente aumenta su "fuerza social" y su autoconciencia, desactivando el influjo de la clase alta. Durante esta fase la burguesía va imponiendo sus códigos de conducta, desplazando el ocio aristocrático por el trabajo, la "naturaleza" por la etiqueta, sustituyendo los buenos modales por el conocimiento científico y la "frivolidad" por la "virtud". Pero siempre teniendo en cuenta que la regulación del comportamiento en la clase alta no sólo es un instrumento de prestigio, también es un medio de dominación (pág. 516). Dominación que la sociedad occidental, como "clase superior" impone a los pueblos dominados y colonizados (3).

Un ejemplo de estos cambios de comportamiento lo obtenemos de las "transformaciones de la agresividad" que se producen durante los últimos siglos. No olvidar que tratamos siempre de los cambios a largo plazo. En la Edad Media, nos dice Elias, la nobleza secular poseía "gustos y costumbres de bandolero", el caballero no tenía ningún temor a la muerte porque vivía con una permanente sensación de inseguridad; en su "sistema emocional" no se habían desarrollado aún los sentimientos de previsión y cálculo.

Aquel que en esta sociedad no era capaz de amar o de odiar con todas sus fuerzas, quien no conseguía participar en el juego de las pasiones, podía recluirse en un monasterio, porque en la vida secular estaba tan perdido como aquel que en la sociedad posterior y, especialmente en la corte, no conseguía dominar sus pasiones, ni ocultar o civilizar sus afectos. (pág. 239)

El ascenso de la burguesía urbana no hizo más que aumentar las tensiones sociales; extendiendo las luchas, el robo y los pillajes a un espectro más amplio de la sociedad, entre aquellas familias que habían alcanzado una cierta prosperidad económica. Sólo cuando se produce el cambio civilizatorio en la dirección de un mayor control social por parte de los monopolios de dominación, la sociedad es capaz de refinar y racionalizar sus emociones, orientando su agresividad hacia la competencia deportiva o hacia la contemplación pasiva de la violencia (pág. 240). Para llegar a esta situación era necesario que se desarrollaran las "motivaciones sociales" y determinaran la orientación del "comportamiento correcto". Ya hemos indicado cómo las clases dominantes marcan la pauta en la creación y difusión de modelos de comportamiento. A Elias no le falta razón cuando dice que la motivación por razones sociales precede a la motivación fundada en los conocimientos científico-naturales (pág. 199).

?Cómo se puede comprender el proceso civilizatorio? Es conveniente que respondamos a esta pregunta antes de seguir adelante. Resulta que Elias concibe el proceso de la civilización al margen de toda intencionalidad de los individuos o grupos. En la acción social no existen fundamentos racionales ni irracionales (y contradice con ello a Max Weber), sino mecanismos "ciegos" que se imponen a los individuos mediante una compleja red de interrelaciones e interdependencias. Sólo es posible intervenir en el campo social si se conocen previamente estas "leyes no planificadas":

Sólo una vez que se ha observado el grado de necesidad con el que una determinada estructura social, a causa de las tensiones internas, acaba por transformarse y por convertirse en otra forma de entramado, puede llegar a comprenderse cómo se produjeron aquellas transformaciones de las costumbres humanas, aquellos cambios en la modelación de los aparatos psíquicos que se observan siempre en la historia de la humanidad, desde los tiempos más primitivos hasta los actuales. Y solamente entonces puede comprenderse también que, en la base del cambio de las costumbres psíquicas en el sentido de una civilización, hay una dirección y un orden determinados, aunque no hayan sido planificados por seres humanos aislados y establecidos por medio de medidas racionales, esto es, intencionales. (pág. 451)

No quiere decir con ello que se niegue la capacidad de acción racional de los individuos, sino que el orden que se deriva de las interdependencias de todas las acciones y planes individuales es de índole superior y se impone coactivamente a los seres humanos inmersos en esas relaciones. Este planteamiento de Elias nos conduce a un círculo vicioso del que es difícil salir: a efectos metodológicos podemos recurrir a las acciones individuales para estudiar la estructura social; pero, epistemológicamente, la intencionalidad de los actores no tiene ningún valor si no la subsumimos en el orden superior e impositivo de las "cadenas de interdependencias". Vislumbramos en esta tentativa teórica un esfuerzo por trascender eclécticamente las teorías weberiana y durkheimiana. Un ambicioso proyecto que pretende ampararse en la mismísima refundación de la sociología como ciencia.

Los seres humanos son "personalidades abiertas", pluralidades que no gozan de una autonomía absoluta, sino que siempre han de estar insertos en relaciones de interdependencia (pág. 44). Estas interacciones aumentan con la diferenciación de la estructura social y de la "estructura espiritual" que forman los impulsos y las pautas de comportamiento. Pues bien, a medida que avanzamos por el intrincado camino de la civilización se va definiendo un aparato de coacción que no solamente regula las relaciones entre los individuos sino que se instala en la conciencia de estos en forma de "autocoacción": es el "super-yo", que aparece como el código social del comportamiento inscrito en la propia individualidad. Al comienzo, durante la fase de "acortesanamiento de los guerreros", las coacciones de la estructura social actúan de un modo incompleto. Es la "diferenciación del entramado social" la que facilita la escisión del yo entre comportamientos públicos y privados y alienta el desarrollo del "aparato sociogenético de autocontrol psíquico" (otra de las denominaciones del super-yo, según Elias).

El sociólogo alemán ilustra con multitud de ejemplos el paso de la coacción física (externa) a la autocoacción psíquica (interna). Dice que el proceso de civilización reduce las coacciones que son producto de la fuerza y la violencia y que la vida afectiva se regula cada vez más mediante la autoeducación, el autocontrol y la autocoacción (pág. 225). A medida que se intensifica esta autocoacción, el control de las emociones y los comportamientos se automatiza.

Las coacciones no sólo se refieren al ámbito del comportamiento y de las pautas culturales; también existen las "coacciones económicas" que obligan a una actitud previsora y reflexiva. La difusión de la previsión y de la autocoacción sigue las mismas pautas de difusión social que antes analizamos para los comportamientos. Comienzan adaptándolas las cúspides de la clase alta y después se extiende a las demás clases de la sociedad. Aquí Elias se refiere a las "clases trabajadoras inferiores" como incapaces de adoptar las previsiones a largo plazo y muy proclives a responder con "descargas afectivas a corto plazo" en forma de sublevaciones y agitaciones (pág. 464).

Un aspecto original de la teoría de Elias es el "miedo sociogenético" que se produce como manifestación de la autocoacción en forma de sentimientos de vergüenza y pudor. El miedo a perder el prestigio social será, entre las clases distinguidas, un motor poderoso para el desarrollo de la autocoacción. Lo mismo podríamos decir respecto a la exhibición del cuerpo desnudo y las necesidades fisiológicas o las actitudes mojigatas hacia las relaciones sexuales. Los adultos expresan su pudor mediante "represiones y limitaciones sociogenéticas del lenguaje" que se manifiestan de un modo claro en la reproducción de la pauta social en el seno de la familia nuclear (pág. 226).

 

La centralización del poder, clave del "proceso de civilización"

Hasta ahora hemos examinado los factores propiamente microsociales de la teoría de la civilización de Elias. Haremos referencia a partir de aquí a los aspectos estructurales y, particularmente a la constitución del monopolio y a la "génesis del Estado" como elementos centrales para la comprensión del proceso civilizatorio. Es importante consignar que los estudios empíricos del autor se refieren mayoritariamente a la sociedad francesa y su evolución hasta constituirse como Estado-nacional centralizado.

Tomando como punto de partida la importante precisión de Elias de que no existe un grado cero de la historicidad y de la sociabilidad debemos distinguir dos fases en el "proceso de feudalización". La primera está caracterizada por una desintegración extrema de la estructura social y llega hasta el siglo XI, donde apunta ya una segunda fase, la de la integración, en la que adquiere importancia la comercialización progresiva y el aumento de la "fuerza social" de los grandes señores feudales. La "génesis social del feudalismo" se produce cuando ya no queda tierra por repartir entre los caballeros, limitándose con ello las oportunidades de ascenso y la expansión de la sociedad. Es con la disolución del sistema tribal y el consiguiente establecimiento de vínculos personales que se crea una nueva red de dependencias. La organización medieval es una pugna constante entre fuerzas centralizadoras y descentralizadoras. Al principio, la dominación está en manos de sociedades guerreras de "economía natural", fuertemente vinculadas a la expansión territorial o a la pérdida de territorios, según el caso. La red de relaciones humanas es débil. Pero con el aumento demográfico los procesos sociales se aceleran; se produce una expansión interna de la sociedad que va a dar lugar a nuevos órganos e instrumentos y a una división del trabajo. Esta expansión la podríamos sintetizar en cuatro puntos:

1] los asentamientos artesanos favorecen la aparición de las primeras ciudades medievales;

2] dentro de estos asentamientos urbanos tienen lugar las primeras luchas de trabajadores libres y burgueses contra los estamentos dominantes, de donde surge el tercer estado libre;

3] al intensificarse la división del trabajo y el intercambio comercial aparece una "economía monetaria"; y

4] se desarrollan los medios de transporte terrestre con lo que se crean nuevos asentamientos en el interior siguiendo estas nuevas vías de comunicación.

Como consecuencia de estas transformaciones, la dominación política de la nobleza y de los grandes señores feudales ha de repartirse con los elementos burgueses urbanos en ascenso. Asistimos al impulso de la "sociedad cortesana" y al debilitamiento de la sociedad estamental en favor de una integración de carácter nacional. Durante el Renacimiento tiene lugar una notable transformación social: la nobleza cede posiciones ante el empuje de la nueva clase cortesano-absolutista, y las relaciones sociales se hacen más fluidas y heterogéneas.

Es así como se constituye el Estado absoluto, presidido por el poder de un sólo individuo que debe mantener un exquisito equilibrio de fuerzas entre las pretensiones de la nobleza cortesana por conservar su posición y el empuje de la burguesía por hacerse con el control de la Corte. Precisamente, el monarca absoluto logra mantenerse en su puesto gracias a esta tirantez entre las clases altas competidoras. La burguesía no es aún una clase capitalista sino un estamento que aspira a consolidar su modo de vida aristocrático en el círculo de la Corte. La sociedad cortesana y sus formas de comportamiento quedarán relegadas a medida que se fortalezca la posición de la burguesía, basada no ya en el prestigio aristocrático, sino en la superioridad de la profesión y el dinero:

En el siglo XIX, con el ascenso de las clases burguesas profesionales a la condición de clase dominante, todo esto desaparece del núcleo de las tendencias de la modelación social. Los terrenos principales de influencia de las coacciones sociales que modelan al individuo pasan a ser la acumulación de dinero y la profesión, mientras que la mayor parte de lo que en la sociedad cortesana era fundamental para la existencia, y por lo tanto se modelaba con particular atención, entra ahora en una esfera que sólo medianamente y en segundo lugar es determinante de la posición social de las personas. (pág. 510-511)

Es hora de pasar a considerar el importante papel que realiza el "mecanismo del monopolio" en la "génesis social del Estado". Para Elias, las claves de la existencia de un Estado son la constitución del monopolio fiscal y el monopolio de la violencia en el marco de un territorio (págs. 345 y ss.)

La importancia sociológica del mecanismo monopolista reside en su transformación sociogenética desde un "sistema de oportunidades abierto" (monopolios privados) a un sistema cerrado (monopolio público o centralizado). El monopolio centralizado hace dependientes las funciones sociales, cambiando los hábitos sociogénicos y las actitudes sociales de las personas (pág. 347). Esta tendencia de los monopolios a convertirse en públicos o estatales es, para Elias, una "función de la interdependencia social" y, por tanto, constituye un avance en el proceso de civilización (pág. 351). Se llega a ellos cuando los monopolistas pierden el control sobre "el poder de disposición de las oportunidades acumuladas" y deben transferirlas a grupos dependientes que lo convierten en el monopolio de una clase social o un órgano del Estado. Esta "socialización del monopolio de dominación" se refleja de manera muy expresiva en los Presupuestos Generales del Estado. Gracias al monopolio fiscal, los "entramados financieros" alcanzan una relevancia inusitada en las relaciones sociales.

Sin embargo, la constitución del monopolio social supone "luchas de exclusión o competencia" entre individuos y grupos. Elias distingue dos grandes fases, durante las cuales la constitución del monopolio pasa de una competencia libre a una competencia condicionada (pág. 352). Durante la primera fase se constituye el monopolio en el ámbito de una competencia libre de la que se van eliminando competidores. Estas luchas se dan en el marco del reino feudal y aquí las familias guerreras pugnan por la posesión de tierras y la expansión de sus señoríos. En la "lucha de competencia libre" se rivaliza por las oportunidades aún no sometidas a ningún monopolio organizado; la existencia social de los competidores se pone en juego, unos ganan y otros pierden; estas luchas dan lugar a un nuevo orden social, donde se imponen, según Elias, "las luchas de competencia reguladas monopólicamente" (pág. 385). Los individuos implicados en estos lances no son conscientes del entramado social que están creando, de las relaciones dinámicas y de la génesis social que están impulsando:

Del entramado de muchos intereses, planes y acciones individuales surgió una dirección de desarrollo, unas leyes del conjunto de los individuos implicados en la trama general, que ninguno de ellos había pretendido en un principio, y una construcción que ninguno había planificado en realidad: un Estado, Francia. (pág. 392).

Así pues, en la segunda fase, las oportunidades centralizadas y monopolizadas pasan a individuos interdependientes que convierten el monopolio en una "disposición de clase sobre las oportunidades monopolizadas organizadas centralizadamente mediante una institución de control, de acuerdo con los procesos de la división del trabajo". Cuando la burguesía se apropia de los monopolios de dominación ya no pretende el reparto de estos entre los de su clase sino que redistribuye sus cargas y beneficios a toda la sociedad; la lucha se orienta entonces hacia la esfera de la distribución (pág. 353). Aquí entra en juego la importancia del monopolio político y su función en la interdependencia entre el desarrollo del intercambio y la circulación monetaria (pág. 394). Se constituyen en Occidente órganos centrales y especializados destinados a regular las funciones del "entramado social" de los seres humanos y a dirigir la fuerza social que lleva aparejada la función de dominación (pág. 395).

 

Educación y control social

Al constituirse estos monopolios y órganos sociales centralizados y estabilizados, el autocontrol del individuo se hace más estable desde su infancia. La socialización del niño y la niña consiste, desde los albores del Renacimiento, en hacer que interiorice en su estructura de la personalidad los "autocontroles civilizatorios", que funcionan de manera automática y que son experimentados individualmente por el sujeto como una barrera infranqueable entre su propio yo y la sociedad (pág. 41). Los manuales de civilidad que se prodigan en la época de Erasmo y posteriormente reflejan con certeza esta interiorización de las coacciones sociales. Estos textos estaban destinados inicialmente a las clases altas y a la educación de sus infantes. En ellos se distinguían los buenos modales de los comportamientos aldeanos y campesinos, pero con el tiempo los valores morales que predicaban impregnarán todo el universo social. Poco a poco las pautas emotivas de los adultos se irán distanciando de las de los niños. Con el refinamiento de los métodos educativos durante la consolidación del poder de las clases medias burguesas, a las criaturas se las condiciona por razones morales e higiénicas. La actitud frente a las necesidades naturales, la sexualidad, los comportamientos en la mesa o en el dormitorio; en fin, todas aquellas actividades humanas que caen bajo la admonición moral de los adultos, irán siendo modeladas en la personalidad infantil como actitudes sujetas a la "economía afectiva", al control de los impulsos y al cultivo de los buenos modales.

Todas estas reglas de civilidad que Elias analiza en su obra no son otra cosa que la expresión de un control social creciente por parte de las "fuerzas sociales" que rigen el proceso civilizatorio. Este control social coincide con lo que el sociólogo alemán llama el "autodominio desapasionado" (pág. 458), que alcanza su perfección cuando "el aparato de control y de vigilancia en la sociedad se corresponde con el aparato de control que se constituye en el espíritu del individuo" (pág. 457). Para Foucault este aparato de control no es anónimo, se materializa en las "instituciones disciplinarias" y los dispositivos con los que el poder controla a sus súbditos.

 

La ambición teórica de Norbert Elias

En mi opinión, el logro más destacado de Elias consiste en haber intentado comprender la naturaleza de los cambios sociales desde una posición comprehensiva, procurando relacionar la estructura psíquica de los individuos con las estructuras sociales y con los cambios morfológicos generales de la sociedad. Sin embargo cabe achacar a este sociólogo un abuso en las abstracciones y conceptos que utiliza. Y ello se debe a que sus pretensiones formalistas le llevan a ignorar el peso de la voluntad humana en la evolución de la sociedad. Cuando dice que el proceso civilizatorio no ha sido planificado en una dirección racional está ocultando que en mayor o menor medida, los individuos y los grupos sociales se movilizan en muchas ocasiones motivados por determinados intereses materiales y políticos. Y estas acciones consiguen, algunas veces, introducir cambios conscientes en la sociedad _como ocurrió, por ejemplo con la Revolución de 1789. Elias dice que el proceso civilizatorio no se puede considerar como una simple superestructura o ideología, y al hacer esta afirmación está orientando sus reflexiones en una cierta dirección: en aquella que Marx definió como falsa conciencia, al no reconocer que las circunstancias hacen al hombre en la misma medida en que éste hace a las circunstancias. Por eso Elias afirma que los movimientos civilizatorios escapan a la manipulación de intereses y grupos, a toda utilización como armas en las luchas sociales.

Su concepto de racionalización es mucho más impreciso que el de Weber. Entre otras cosas porque este último era más consciente de su compromiso intelectual con la burguesía de su época. Pero Elias, llevado quizás por sus simpatías hacia Karl Mannheim, pretende adoptar una posición intelectual por encima de las clases sociales, y por eso niega que la racionalización sea el invento de una clase. Para nuestro autor la racionalización debe ser entendida como "una expresión del sentido en que se transforma la modelación de los seres humanos en ciertas formaciones sociales" (pág. 497).

Al tratar de integrar las transformaciones psíquicas en el ámbito de la racionalización contribuye a dinamizar la teoría psicoanalítica que en la época en que escribió la obra estaba sometida a un notable aislamiento con respecto a la teoría social.

"Nuestro entramado social no es definitivo y mucho menos un punto culminante de una civilización, como tampoco lo es nuestra forma de comportamiento, nuestro nivel de coacciones, mandatos y miedos" (pág. 531). Esta afirmación de Elias suscita en nosotros el deseo de examinar con más detenimiento la obra del autor y extraer de ella las propuestas teóricas que pueden contribuir a un conocimiento más exhaustivo de nuestra propia sociedad, pero, lamentablemente, hemos de poner fin a nuestro trabajo.

 


 

Notas:

(1) "[En Parsons] el cambio social... aparece como una manifestación de perturbación causal, proveniente del exterior, en un sistema social que, por lo general, está bien equilibrado (...) el concepto de cambio social se remite aquí a una transición entre dos situaciones normales de inmutabilidad, transición ocasionada por diversas perturbaciones (...) Correspondientemente con el marco de referencia estático de las teorías de sistemas dominantes, los cambios sociales, los procesos sociales y los desarrollos sociales, entre los que se cuentan, por supuesto, el desarrollo de un Estado o el proceso civilizatorio, se consideran como algo accidental, como una mera introducción histórica, de cuya investigación y explicación puede prescindirse a los efectos de la comprensión del sistema social, de su estructura, de sus conexiones funcionales, tal y como pueden observarse con una perspectiva a corto plazo, aquí y ahora." (pág. 17)

(2) Lo que para Mannheim era la característica ideal de la intelligentsia, como capa social desprendida de sus vínculos clasistas y, por ello, capaz de totalizar el pensamiento social.

(3) "La sociedad occidental _a la que podemos considerar aquí como una especie de clase superior_ difunde hoy modos de comportamiento occidentales civilizados, por medio del asentamiento de occidentales, o por medio de la asimilación de las clases superiores de otros pueblos, en espacios territoriales no occidentales, al igual que antaño se generalizaban en todo Occidente modelos de comportamiento impuestos por unas u otras clases superiores o por determinados centros cortesanos o comerciales" (pág. 468)

El concepto de civilización (civilisation) acuñado por el pensamiento racionalista e ilustrado francés acaba impregnándose de prepotencia y sirve como justificación ideológica del expansionismo y la colonización. Basta echar una ojeada a los escritos de Gobineau, Renan, Michelet, Condorcet, etc. para darse cuenta de ello. Elias traza la génesis de los conceptos de "civilización" y "cultura" amparándose en buena medida en las ideas racionalistas francesas; dice al respecto: "A diferencia del momento inicial en la acuñación del concepto, de ahora en adelante, los pueblos creen que el proceso de civilización dentro de las propias sociedades se ha terminado ya; se consideran a sí mismos, en lo esencial, como transmisores a otros de una civilización existente o acabada, como abanderados de la civilización." (pág. 95) No podemos detenernos en las implicaciones del "carácter nacional" sobre la civilización y la cultura y su orientación en detrimento de lo social (pág. 79) Elias se refiere a una "orientación intelectual naciocéntrica" (pág. 27) para explicar las diferencias entre el intelectualismo burgués alemán y el francés en los siglos XVI-XVIII y sugiere un debate entre dos modelos de acceder a la realidad histórico-social: el alemán, centrado en la cultura (bildung) y el francés, orientado hacia la política y el poder. A propósito de este último sería interesante consultar la obra de Tzvetan Todorov, Nous et les autres, la réflexion française sur la diversité humaine, París, 1989 (ed. castellana, Siglo XXI, México, 1991), donde se traza una panorámica del pensamiento ideológico francés en torno al etnocentrismo, el racialismo y el nacionalismo.

16 enero 1997

http://www.arrakis.es/~jomperez/civiliz.htm